Juan Carlos Rodríguez quería desentrañar las redes que nos envuelven y nos hacen esclavos a unos de otros

Perdonen si esta cámara mira hoy de una manera doblemente subjetiva. Es decir, desde dentro y hacia dentro: hace muy poco nos dejó Juan Carlos Rodríguez, compañero de mi vida. Cuando lo conocí escribí un poema que comenzaba diciendo: "No hago nada desde que te vi". Hoy podría decirle "no hago nada desde que te fuiste". Pero voy a hacer algo: escribir este artículo.

No es que no quiera en este momento mirar la actualidad de la vida en común que nos interesa a todos, es que me gustaría verla (aunque fuera solo con un golpe de luz, con un fogonazo de su talento) a través de los ojos que él me abrió, que me fue abriendo desde que lo conocí, lo mismo que hacía en sus clases ante sus alumnos.

Esta no es una columna de viuda, sino de enamorada de su inteligencia y su ternura. Siempre luchó por conseguir un mundo más justo, igualitario, decente para todos. No era un hombre sólo bondadoso, que lo era. Sobre todo quería desentrañar las redes que nos envuelven y nos hacen esclavos a unos de otros. Eso fue lo que más nos unió desde el principio: la pasión por que algún día cambie el mundo. Él quería demostrar que vivimos en un sistema creado por el desarrollo de determinados acontecimientos históricos, y no por un desarrollo 'natural' e inapelable de 'la vida'. Que hemos llegado hasta aquí como pudimos y podremos llegar a otro lugar más habitable para todos. En suma, que la vida no es solo naturaleza sino sobre todo historia y que la historia la hacemos nosotros.

Sé que lo estoy diciendo muy simplemente. Pero incluso decirlo así, interpretando sencillamente apenas algo de lo mucho que aprendí a su lado, vale hoy la pena para mí, porque creo que en el fondo, decir tan solo esto, era ya considerado muy, pero que muy peligroso por el establishment, por el estado de cosas conveniente al poder que nos domina, y por eso siempre se procuró apagar, sofocar como se apaga un fuego ahogándolo con ropa mojada, el impacto de sus libros, llenos de sabiduría y también de erudición, porque consideraba que era necesaria para combatir al enemigo: Saber e ideas para luchar por un mundo distinto.

Quizá fuera este poema de Brecht, citado en el título, El cambio de rueda, el primero que me dio a leer emocionado:

"Estoy sentado al borde de la carretera,/ el conductor cambia la rueda./ No me gusta el lugar de donde vengo./ No me gusta el lugar adonde voy./ ¿Por qué miro el cambio de rueda/ con impaciencia?".

(Fuente: "El cambio de rueda", Ángeles Mora, 'Cámara subjetiva', Granada Hoy, 09/11/16)

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