Juan Carlos Rodríguez ha sido una figura fundamental en la teoría literaria contemporánea

Este libro ha de comenzar, por fuerza, dando cuenta de un hueco. Hay aquí una ausencia, presente, sin embargo, en tanto vacío, en tanto oquedad, que tiene que nombrarse. Falta el texto que habría funcionado como prólogo a este libro y que, aun siendo un texto ajeno, iba a ser (es) una parte esencial de mi propia escritura. No solo habría desvelado ese texto ausente los mecanismos ideológicos, filosóficos y literarios de este libro de manera magistral (brillante y a la vez hermosa, de eso estoy segura), sino que habría dialogado, es más, habría discutido vivamente con él. Sin paños calientes, ese texto-agujero habría disentido con mi escritura y, precisamente al señalar sus fallas, sus fisuras, los goznes oxidados que la hacen chirriar, habría actuado como aceite: engrasando, reparando, permitiendo al lector, a la lectora, entrar y salir de este espacio simbólico, convertirlo de verdad en una puerta. Y, después de discutir, de corregir, de señalar los lugares a los que este libro no ha sabido llegar, lo habría comprendido. Lo habría defendido. Lo habría mejorado.

Va siendo hora de nombrar, además, a quien iba a aparecer (o a ocultarse, que la escritura también puede convertirse en una fuga) detrás de ese prólogo condenado a no ser otra cosa que un hueco. Va siendo hora de decir algunas cosas de justicia, como que Juan Carlos Rodríguez, quien habría firmado generosamente ese texto de haber podido hacerlo, ha sido una figura fundamental en la teoría literaria contemporánea, un crítico marxista imprescindible, un intelectual impropio de los tiempos aciagos que vivimos, un ser humano que, probablemente, este mundo mediocre no se merecía. Y yo he tenido la suerte inmensa de leerlo, de escucharlo, de dejar que su palabra viva determinara por completo, no solo mi pensamiento y mi escritura, sino el lugar mismo desde el que decidí que quería mirar / habitar / nombrar el mundo. Huelga decir que Juan Carlos Rodríguez, diga lo que diga su certificado de defunción, está efectivamente en este libro. Por él pulula, en él respira y sobrevive, porque yo me encargué de traer acá sus textos, de mezclarlos de forma recurrente con los míos (tratando inútilmente de confundirlos), porque su pensamiento ha estructurado el mío de forma inevitable. Juan Carlos Rodríguez es una presencia (ahora ausente) de la que no puedo huir (si es que acaso quisiera escapar a su maestría), alguien que me explica, sin el que no sería capaz de interpretarme. Por eso su prólogo, ese texto-agujero que ha dejado huérfano a mi libro, no podía sustituirse por ningún otro texto. Por eso este hueco (doloroso, terrible) tenía que nombrarse.

(Fuente: Nota de la autora en 'Entre-lugares de la Modernidad. Filosofía, literatura y Terceros Espacios', Olalla Castro Hernández, Siglo XXI de España Editores, Madrid 2017)

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