Juan Carlos Rodríguez: "La palabra no es nunca inocente, la poesía es siempre ideológica"

Voy a hablar sólo de dos cosas: de la palabra y de la amistad. Pero no nos confundamos. No estoy aquí por ser amigo de Javier Egea. Nuestra amistad está más cerca y más lejos de todo eso. Quiero decir que se trata solamente de la objetividad real de la poesía. Y que de eso voy a hablar de 'poesía'.

Presentar a un poeta puede ser (sin duda lo es muchas veces) un ejercicio insano, cuando no grotesco, casi de espectáculo de varietés -con todos mis respetos para los espectáculos de varietés.

Pero a veces la presentación puede tener un sentido real: sencillamente 'no comentar', 'no glosar' lo que el poeta ya dice en sus versos. Eso no sirve para nada evidentemente. Repetir lo que el poeta dice no tiene más que este triste destino doble: o bien es que el poema no lo ha dicho (con lo cual el poema es malo) y glosar/suplir los fallos del poema; o bien el poema lo ha dicho (y entonces el poema es bueno), con lo cual el comentario o la glosa se reducen al mero marco del adorno superfluo o a un simple resumen en prosa.

Pero aquí ya aparece un primer matiz importante. El primer desequilibrio: la palabra 'decir'. ¿Qué es lo que 'dice' un poema? ¿Qué significa la frase de que el poeta 'dice' algo bien o mal 'dicho'?

La crítica actual más aparentemente progresista -desde el estructuralismo a la semiótica, desde el psicoanálisis a la lingüística del texto- suele con razón hablar de la inutilidad de la 'glosa', de la 'paráfrasis' o del 'comentario de textos'. Basándose precisamente en el aserto que anunciábamos antes: el poema dice o no dice. El 'comentario' o la glosa serían tan superfluos como los flecos de la alfombra: mero adorno redundante. Y así como el 'comentario' o la glosa, igualmente superfluo el grotesco rito social de la presentación de un poeta o unos poemas, mera variante de lo anterior.

Y sin embargo las cosas son más complicadas. Esa crítica actual lleva razón, sí, sólo que ignora la ideología que la habita. Esta ideología: la creencia en la poesía como verdad directa y literal, verdad que todos pueden entender porque en el fondo la poesía no hace más que hablar del alma humana y el alma humana es igual para todos. Esto es: la poesía como transparencia directa de sí misma, la escritura como verdad más o menos velada de esa última verdad de fondo: el espíritu humano.

Así como se supone que la escritura bíblica es la presencia directa de la palabra de Dios, del espíritu divino, se supone igualmente que la escritura poética es la transparencia directa de la palabra del hombre, del espíritu del autor, del espíritu humano en general.

Por tanto el comentario o la glosa a los poemas serían en el fondo tan superfluos como el sermón dominical del cura que glosa desde el púlpito la escritura. En el fondo nada más que un rito social: religioso (ir a misa los domingos y oír el sermón) o cultural: asistir a una lectura de poemas y escuchar al presentador. En ambos casos un bodrio superfluo que sólo tiene como sentido el de recordatorio: recordar que la verdad y el espíritu existen en la escritura: el espíritu divino en la escritura bíblica y el espíritu humano en la escritura poética.

No voy a explicar aquí por qué, en el fondo, empapada de tal ideología, la crítica actual supuestamente más científica no glosa ni comenta el texto sino que pretende hacerlo "científico": lo descompone en sus elementos, construye modelos casi matemáticos de su estructura, etc. Pero el planteamiento de fondo no varía: el poema dice lo que dice, es transparente y presente en sí mismo, y por tanto sobra toda explicación que no sea extraer sus elementos, materializarlos, hacerlos "científicos", en una palabra: reconstrucción 'en abstracto' de lo que ya está dicho 'en concreto' en el texto. La única diferencia sería ésta: la 'abstracción' del lenguaje crítico -o científico- y la 'concreción' del lenguaje poético. En el fondo, pues, los mismos perros con distintos collares: la crítica actual que critica al comentario, a la glosa, etc. -y con razón- como mera retórica inútil, no se separa ni un ápice sin embargo de la misma ideología de fondo que subyace en el comentario o en la glosa: esto es, la ideología de la poesía como escritura transparente en sí misma, presencia directa de sí misma. De modo que, entre el comentarista o el presentador habitual y el crítico semiótico, etc., no hay más diferencia que la que puede existir entre el curita del sermón dominical y el teólogo sesudo que traduce la escritura al lenguaje abstracto y complicado de la ciencia (o de lo que se supone como tal, claro es).

Me explico enseguida porque no quiero aburrir. Quiero decir tan sólo que me resultan ridículas las presentaciones, pero que las presentaciones -como la crítica- pueden tener un valor auténtico: conseguir aproximarnos al conocimiento objetivo y real de la poesía. Porque la poesía no es transparente ni directa. Ni siquiera 'dice' nada que no sean huellas, rastros, distorsiones, contradicciones, etc. No las huellas o contradicciones de la psicología o el alma de un autor sino las contradicciones y las huellas de una ideología, de un inconsciente ideológico -que el autor vive, naturalmente, pero que también lo vivimos nosotros.

Por tanto he aquí el único valor real de la crítica o la presentación: contribuir al conocimiento objetivo de un texto, de su funcionamiento a la vez consciente e inconsciente.

Por supuesto que la poesía es un trabajo, es una práctica, pero lo es solamente en el terreno de la ideología, del inconsciente cotidiano -o sea, de clase- de todos nosotros: el inconsciente ideológico del sexo, de la política, de la familia, de la moral... o de la propia ideología acerca de lo que sea la escritura poética.

He aquí, pues, el primer desequilibrio: ni glosar ni comentar sino conocer realmente el texto poético. En este caso la poesía de Javier Egea.

El segundo desequilibrio viene a continuación.

Hemos dicho que fundamentalmente la crítica literaria se basa en la ideología de la escritura transparente en sí misma, presencia plena de sí, expresión directa del espíritu de su autor -del espíritu humano y su verdad interna-. Pues bien, ahora vamos a cambiar de tercio: eso mismo es lo que suelen pensar los poetas sobre su propio trabajo. No sólo los poetas "magos" sino también los "técnicos" se creen esto. O sea, no se salen de la imagen de la relación directa entre el autor y la obra, ésta como expresión del espíritu de aquél. La relación, pues, entre el sujeto que escribe y el sentido de lo que escribe, lo que 'su' poesía dice como máscara de él. Así se suelen ofrecer las siguientes variaciones:

- los poetas conformistas que creen sin más en la cultura y creen que escribir poesía es inscribir su espíritu en el mundo de la cultura -con sus normas, sus reglas, etc. La cultura, como la escritura divina, sería, pues, de nuevo algo igualmente directo y transparente en sí mismo;

- los poetas de la palabra maldita: como evasión, como 'marginación', como 'compromiso', etc.: la palabra poética como 'rito social' de nuevo. 'Maldita' siempre por ser distinta a la palabra 'normal', pero cayendo siempre en la misma trampa: ignorar la ideología inconsciente que la habita, que la produce. 'La palabra poética...' He aquí la gran mentira.

Seguir creyendo en la 'palabra poética' supone sin más seguir cayendo en la cárcel de la ideología que nos oprime, que nos exprime.

Ni culturalismo ni evasión ni marginación ni compromiso... A fin de cuentas, qué más da: todos los sermones que los curas dicen cada domingo desde el púlpito pueden igualmente calificarse así: culturalistas, marginales, comprometidos, evasivos, moralistas, meramente formales, etc. Pero todos coinciden en el mismo inconsciente de base: la ideología práctica y ritual de la escritura: la voz donde habita el espíritu de un autor.

Y así ocurrió en efecto en la prehistoria poética de Javier Egea. Sus dos primeros libros lo testimonian: 'Serena luz del viento' y 'A boca de parir', no peores que los de tantos otros poetas jóvenes de su generación: un formalismo técnico, un cierto aire coloquial, una expresión experiencial del propio dolor o amor o alegría o vino, etc.

El mito de la Palabra Poética se cumplía ahí cien por cien. Y sin embargo ustedes van a escuchar hoy a "otro poeta". No un poeta más maduro, no un poeta más evolucionado sino una cosa completa, radicalmente distinta. No 'evolución' sino 'ruptura'. Un poeta situado en un horizonte materialista, un poeta "otro". Que no se mueve ya en la ideología de la 'palabra poética' sino que se mueve en la consciencia de que la palabra no es nunca inocente, que la poesía es siempre ideológica, que la ideología es siempre inconsciente y que el inconsciente no hace otra cosa que trabajarnos y producirnos como explotación y como muerte.

Nadie nos robó el lenguaje. Ahí León Felipe se equivocó. No hay un lenguaje puro a recuperar. Hay sólo el lenguaje podrido de la explotación ideológica que tenemos que 'transformar' para producir otra práctica de la poesía. Por eso los poemas de Javier Egea no nos hablan sino de ese proceso de transformación. Por eso hablan siempre de la muerte, pero para transformarla en vida. Al final de ese duro, penoso, larguísimo proceso de transformación, de ruptura (biográfica, ideológica, poética y política), Javier Egea se encerró en un pequeño pueblo de Almería, la Isleta del Moro, y, al regresar, me enseñó un largo poema, 'Troppo Mare'. Lo leí y quedé estupefacto. Hacía meses que no nos veíamos. Comprendí que mi entrañable amigo, mi antiguo compañero de la Agrupación Antonio Gramsci, se había convertido en el poeta que él siempre quiso ser. Había roto al fin con la cárcel del rito y el mito de la palabra poética y había dado el salto a la otra orilla: la poesía como una nueva práctica, como práctica ideológica.

He aquí el drama real, cotidiano, vivido, que Javier Egea nos relata en esta extraordinaria labor de "como si os contara una historia". Sencillamente eso:

'Lo que pueda contaros
es todo lo que sé desde el dolor
y eso nunca se inventa'.

Fuente: 'Como si os contara una historia', texto dicho en el Palacio de la Madraza de Granada a propósito de una lectura poética de Javier Egea, introducción a 'Troppo mare' de Javier Egea, Esdrújula Ediciones, Granada 2017

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